LA BIOGRAFÍA DE LA SEMANA

Más que una biografía, es la historia de cómo nació un ritmo que revolucionó la manera de hacer música en Cuba y que causó gran furor en el Spanish Harlem de Nueva York entre la segunda mitad de la década del 50 y la primera mitad de la década del 60, siendo sucesor del cha cha cha y antecesor del boogaloo y sus derivados.

Su protagonista principal, un muchacho sensible nacido en Oriente, que era mas, candidato a 'maricón', que alguien capaz de darle un vuelco a la historia de la música antillana en esa época con una mescolanza de cha cha cha, son montuno, algo de merengue y un poco de mambo.

Compositor, coreógrafo, bailarín, escritor, discreto cantante y... creador de la Pachanga. Este es... Eduardo Davidson.

HISTORIA DE LA PACHANGA


Cortesía de Guicho Crónico.blogspot.com
Titulación y Edición de BARRANQUILLA ES SALSA

Por estos días en La Habana de 1959 estaba de moda… Sí, comer mierda con Bolechurre y sus barbudos secuaces, pero no voy a referirme a eso, sino a una pieza musical extraordinaria: La Pachanga. Ella inspiró a Che Guevara, ese anticristo de la rumba, a decir: "¡Esta será una revolución con pachanga!" Tal poder de atracción tenía entonces esa melodía.
Era una innovadora fusión que derivó en todo un género rítmico entre los antillanos de New York a comienzo de los años 60. Hoy bastante olvidada, la pachanga fue en su día un género tan prolífico como prestigioso. Hasta el punto de que el propio Johnny Pacheco en algunos momentos de embriaguez ha llegado a autoatribuirse la paternidad. No es correcto, el Máximo Gómez de la música tiene otros, pero no ese derecho. No obstante, tampoco es para guardarle rencor, como p.ej. al fucking gringo Pete Seeger, quien, aparte de ser un socialistoide, quiso mafiarse a la mismísima Guantanamera.

El mérito pachanguero corresponde únicamente al escritor, compositor, bailarín, coreógrafo y cantante cubano Eduardo Davidson.

Bautizado en Baracoa en 1929 bajo el cristiano –que no judío– nombre de Claudio Cuza, Davidson se fue para La Habana antes de cumplir los 20 años. Allá en su Oriente natal un sensible jovencito que escribía novelitas de amor y cantaba y bailaba musiquitas pegajosas era cadidato al poco codiciado título de maricón. En La Habana también, pero con más oportunidades. O sea, que en la capital Eduardito no fue menos exquisito, sino más exitoso. La Habana de entonces era para todos los cubanos, y acogía con provecho lo mismo a un Felix B. Caignet que a un Guillermo Cabrera Infante. Si bien con Fidel H.(P.) Castro la utilidad se minimizó completamente, hasta invertirse en forma exponencial.

Hacia 1957 Eduardo Davidson era compositor de nómina en la disquera Panart. Algunos de los títulos que compuso allí fueron los cha cha chas: Yo Siempre Arriba, Sobando El Son y Azúcar Salá, o la pieza afro Elegguá Inkó.

Al mismo tiempo Davidson escribía los libretos para dos telenovelas que salieron al aire con muy buena acogida: Ayúdame Dios Mío y El Batey De Las Pasiones.

Con el tema Sabor de Cuba comenzó a componer para la Orquesta Sublime, uno de los potros mayores del establo Panart. Fue para esta agrupación, dirigida por el flautista Melquíades Fundora (sin parentesco con el senador Melquíades Martínez), que Eduardo compuso La Pachanga.

La Sublime era habitual en los Jardines de La Tropical, la meca del baile criollo por entonces, y allí se estrenó. Miguelito Cuní, otro habitual del local, presenció los ensayos y dio la primera valoración crítica del nuevo tema.

- ¡Cojone, utedes ‘tan locos! -dijo Miguelito.

Y se equivocó por muy poco el gran sonero, porque los que se volvieron locos fueron los bailadores esa noche con La Pachanga. Aquello era un cha cha cha con un injerto de son montuno, regado con merengue y con un toque de mambo por arribita. Realmente una locura.

El impacto de La Pachanga en la audiencia de La Tropical fue tan grande que al mediodía siguiente La Sublime la interpretó en la TV nacional con unos pasillos bailables, coreografía del mismo autor. Esa tarde fueron a tocar en el Salón Mamoncillo, y resultó que el arrebatado público ya se sabía la letra y los pasillos de Davidson. En fin, fue una bomba que inmediatamente arrasó en los salones de baile y la radio. La Orquesta Aragón y el flautista pinareño José Fajardo pronto llevaron La Pachanga a New York. La Aragón regresó, pero Fajardo y La Pachanga se quedaron en una temprana deserción contrarrevolucionaria. No sería la última, como todos sabemos.

El efecto de la pachanga en la metrópolis americana lo resume este artículo publicado por el crítico José Torres Cindrón en 1961:

"La pachanga ha llegado a esta ciudad para quedarse y volver locos a millares de personas que se han sentido atraídos por el ardiente ritmo. Lo que comenzó como un baile de locos hace menos de dos años se ha extendido por todos los centros nocturnos de la ciudad para contagiar a los amantes de la música brava. Ya no se oye decir: "Vamos a rumbear", o "a mambear se ha dicho". Ahora todo el mundo sale a la pachanguera.

Se baila en la fiesta familiar de El Barrio y Long Island. El Bronx y Manhattan, como también en los clubes nocturnos de la ciudad donde el mas humilde hasta el mas elegante van a gozar la pachanga."

Por su parte, Eduardo Davidson sacó otras pachangas como Lola Catula y La viuda del muerto, y en 1961 le vendió el cajetín a la antilla castrista rumbo a Nueva York. Obvio que el fugitivo no tenía esposa ni hijos a quienes castigar por su escape, de manera que los comunistas se desquitaron con La Pachanga, que fue prohibida inmediatamente. El Che no lo dijo, pero aquello ya era, a toda vista, una revolución sin pachanga. Y con esa prohibición, incluso oficialmente.

La trayectoria de Davidson en "La Gran Manzana" no dejó demasiados rastros. En 1962 tuvo cierto éxito cantando su nuevo ritmo llamado Bimbí, una especie de afro-samba. En la segunda mitad de la década a Eduardo le dio fuerte con el francés y los perritos caniches, dándose así el proyecto del álbum "Le Chien" en 1968. Lo intentó con otro género denominado Le Frisson y escasa suerte.

Eduardo Davidson falleció olvidado en Nueva York en 1994.

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